Supongo que en algún momento llegaremos a algún lugar.
Tenía ganas de otro libro de esta autora japonesa, después de los estupendos Algo que brilla como el mar y El cielo es azul, la tierra blanca. En este caso el libro consta de ocho relatos protagonizados por mujeres atrapadas en diferentes momentos de una relación amorosa. Todas huyen, o lo intentan. Unas huyen de la monotonía abandonándose a la pasión y otras se abandonaron a sí mismas con hombres que las maltratan de los que ahora intentan escapar.
Hiromi Kawakami vuelve a maravillarnos a la hora de desentrañar los sentimientos más sencillos y, por eso mismo, también los más complicados de elevar a literatura. Ella lo consigue con una prosa sensible que jamás cae en la cursilería. Y como es habitual en ella, vuelve a tener una presencia destacada la naturaleza, una naturaleza desbordada. También se mantiene ese estilo de escenas breves a modo de instantáneas que se van hilando unas con otras a medida que las protagonistas de los relatos hacen memoria.
Pero este Abandonarse a la pasión sorprende por la cantidad de sexo que encontraremos. Tendemos a pensar en las mujeres japonesas como unas mojigatas. No lo son las de estos relatos y no lo es Hiromi Kawakami. Escenas de alto voltaje, adulterios, cuerdas, tríos, sadomasoquismo, sexo por costumbre, sexo por aburrimiento. Es curioso que estas escenas que deberían ser eróticas a la hora de la verdad sean las más frías de una autora tan apasionada.
La historia más impactante quizá sea la de los dos fantasmas que una vez fueron amantes a la fuga y ahora viven en un mundo que les es extraño, pero en realidad incluso los relatos en apariencia más cotidianos (dos compañeros de trabajo cenando juntos en un lugar remoto, por ejemplo) tienen algo de mágico gracias a esas atmósferas que tan bien construye la autora. Relatos que podrían ser escenas de una misma novela (una mujer siempre a la fuga, siempre enamorada), relatos para saborear el talento de Hiromi Kawakami en dosis intensas.
No hay nada imposible en este mundo. Sólo queremos convencernos a nosotros mismos de que hay cosas que no podemos hacer.
Lo que cansa no es huir, sino pensar en todo lo que has dejado atrás.