Parece que la editorial Comanegra se está especializando en editar fábulas de «autoayuda» con ambientación japonesa. No sé si será un nuevo género, pero ya han editado tres libros así: La ley del espejo, Los cerezos en diciembre y éste. Por mí, que sigan con el proyecto: se leen en menos de una hora y levantan el ánimo.
El círculo de la portada, trazado con pincel y tinta china, es uno de mis símbolos favoritos. Sé que algún día tendré un despacho con un cuadro así. En El principio del círculo sirve para explicar la importancia de la comunicación entre dos personas y, más aún, del contacto físico.
A menudo te quedas en las palabras. Ya lo has dicho todo, tu boca se ha desbordado, ¿qué más podrías hacer? Pues expresarlo con gestos, por ejemplo. Expresarlo de verdad. Demostrarlo. Caricias, abrazos, miradas, besos, mimos, ligeras presiones. Tu cuerpo sólo sabe decir la verdad.
Estás tan seguro de lo que sientes hacia los demás (familia, pareja, amigos), que te olvidas de hacérselo saber. No comparto el aire anti-tecnológico del libro, pero sí defiendo su apuesta por la comunicación. Las cosas que no se dicen, las cosas que no se expresan, no las saboreas tanto como podrías. Toquémonos.
Si evitamos el contacto nos perderemos muchas cosas bonitas. Hay un cuento que dice que, en una ciudad donde pasaban cosas sorprendentes, un día todos los habitantes se despertaron con azúcar en los labios. Pero los granitos de azúcar eran tan pequeños que no se veían. ¿Y sabes qué pasó? Que sólo se dieron cuenta de ese hecho increíble los que, al despertarse, se besaron en los labios.