Sun Tzu – El arte de la guerra

Conócete a ti mismo, conoce a tu enemigo, y tu victoria nunca estará en peligro. Conoce el terreno, conoce tu tiempo, y tu victoria será entonces total.

Dicen que todas las respuestas están ya escritas en los clásicos. No sé si será verdad, pero lo cierto es que nunca dejará de sorprenderme que textos ancestrales como este «El arte de la guerra» sigan teniendo plena vigencia. Y no me refiero exclusivamente a la hora de aplicarlos al mundo de los negocios o, por supuesto, a la guerra (leyéndolo entiendes mejor ciertos acontecimientos y conflictos, y también te lamentas de que haya capítulos «pacifistas» del libro que se olvidan demasiado a menudo), también me refiero a aplicar esos mismos textos –Hagakure sería otro ejemplo- al día a día de cada uno.

Sería discutible si estos autores clásicos aprobarían que sus textos pudieran aplicarse lejos del terreno bélico, pero yo creo que no sólo darían el visto bueno, sino que incluso en el momento de escribirlos ya previeron esa posibilidad. Ya fuera un general chino como Sun Tzu o los samuráis del Japón medieval, todos entendían el entrenamiento del guerrero como una forma de vida, como una filosofía más que como un adorno o algo puramente físico.

Se trataba del desarrollo como persona y mente pensante, no como cuerpo mercenario. Al contrario del falso individualismo moderno -que intenta convertirnos en consumidores-máquina, tan egoístas como clónicos-, ellos proponían un individualismo al servicio de la sociedad: mejorando como persona, contribuías a mejorar la sociedad. Y quizá por eso, por priorizar el desarrollo personal y la filosofía -incluso siendo una filosofía bélica-, resulta tan fácil extrapolar ahora sus lecciones a un terreno más íntimo.

«El arte de la guerra» te recuerda cosas que ya sabes y te abre los ojos ante detalles cuya importancia habías pasado por alto. La importancia de la estrategia, pero también del factor sorpresa; la importancia de respetar las normas sin renunciar por ello a la intuición propia; la importancia de ser consciente de los defectos propios para recordar cuáles son las virtudes de las que podemos sacar provecho; la importancia de tener al enemigo controlado pero sin parecer receloso. Si bien es imposible caerle bien a todo el mundo, tampoco es cuestión de plantearse la vida como un campo de batalla lleno de enemigos potenciales de los que desconfiar. Hay que ser precavido, claro, pero sin dejar de lado el optimismo o la afabilidad. Y conviene recordar que muchas veces, ese temido enemigo es uno mismo.

Un clásico eterno, muy accesible, cuya lectura recomiendo (y si ya lo habéis leído, nunca vendrá mal una relectura).

Y como viene siendo habitual, os dejo una selección de las citas que me han parecido más interesantes:

Cada día, cada ocasión, cada circunstancia exige una aplicación particular de los mismos principios.

 

El segundo peligro es una atención demasiado grande en conservar la vida. Uno se cree necesario para el ejército entero; uno no quiere exponerse; uno no se atreve, por esta razón, a proveerse de víveres en el campo enemigo; todo inspira desconfianza, todo da miedo; siempre se está en suspenso, uno no se decide a nada, se espera una ocasión más favorable, se pierde la que se presenta, no se hace ningún movimiento; pero el enemigo, que siempre está atento, se aprovecha de todo y pronto hace perder toda la esperanza a un general tan prudente.

 

Un general que no sabe moderarse, que no es dueño de sí mismo y que se abandona a los primeros movimientos de indignación o de cólera, no puede dejar de ser víctima del engaño de sus enemigos. Le provocarán, le tenderán mil trampas que su furor le impedirá reconocer y en las que caerá infaliblemente.

 

Un general debe saber disimular; no debe desanimarse después de algún fracaso, ni creer que todo está perdido porque haya cometido algún error o haya sufrido algún revés. Por querer reparar el honor ligeramente herido, a veces se pierde sin remedio.

 

En las ocasiones en que todo es de temer es cuando no hay que temer nada; cuando uno carece de recursos es cuando hay que contar con todos; cuando uno es sorprendido es cuando hay que sorprender al enemigo.

 

¿De qué sirven la bravura sin la prudencia, el valor sin la astucia?

 

Sé vigilante y manténte informado, pero muestra en el exterior mucha seguridad, sencillez e incluso indiferencia; manténte siempre vigilante, aunque parezca que no pienses en nada; desconfía siempre de todo, aunque parezca que no receles de nada; sé extremadamente secreto, aunque parezca que lo haces todo al descubierto; ten espías en todas partes; en vez de utilizar palabras, sírvete de señales; ve por la boca, habla por los ojos.

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Mumon Ekai – La puerta sin puerta

La iluminación siempre llega después que el camino del pensamiento se ha bloqueado. Si tu camino del pensamiento no está bloqueado, todo lo que pienses, todo lo que hagas, es como un fantasma que te enreda.

Mumon Ekai nació en China, pero su recopilación de 48 kôan «La puerta sin puerta» fue muy influyente en diversas sectas del budismo zen japonés, como la Rinzai. De hecho, todavía hoy -ocho siglos después de su escritura- se sigue utilizando este libro.

Los kôan son cuentos breves que plantean un problema en apariencia absurdo o ilógico y que los maestros zen utilizan para poner a prueba los progresos del alumno, provocarles un shock mental que les acerque al satori (iluminación). Se trata de desprenderse de lo racional, de todo lo preconcebido (la influencia externa) y dejarse llevar en cambio por la intuición y experimentación propias, dar un salto más allá de una explicación lógica o basada en lo puramente sensorial.

Uno de los kôan más famosos es: «Conoces el sonido que hacen dos manos al aplaudir. Ahora dime: ¿cuál es el sonido de una sola mano?». Resulta tentador dar respuestas racionales como «un chasquido de dedos», pero hay que atreverse a ir más allá de eso, desentrañar toda la profundidad de la paradoja. Parece imposible aplaudir sólo con una mano, sí. ¿Cómo hacerlo posible? ¿Existe un sonido sin sonido?

Enfrentarse a este libro es una experiencia curiosa. Lo cierras con la mente más abierta, con la sensación de haberlo entendido todo y no haber entendido nada. Empiezas a plantearte lo absurdo que es en realidad todo aquello que damos por sentado, ese conjunto de leyes, normas, prejuicios, frases hechas, enseñanzas, consejos, tópicos, ideas preconcebidas. Nos dicen que las cosas son de una manera y lo aceptamos así, nunca nos atrevemos a dudar, a reinterpretar o simplemente confiar en nuestro instinto. Pero en realidad, ¿cómo sé que el color naranja es el mismo color para mí que para los demás? Quizá lo que para mí es naranja para otra persona sería el equivalente de mi azul.

Leer «La puerta sin puerta» es como una versión hardcore de «El curioso incidente del perro a medianoche», la aventura de ese niño autista que es incapaz de entender el mundo de unos adultos que tan lógicos se creen con sus ideas ambiguas. ¿Qué significa «Prohibido pisar la hierba»? ¿Qué hierba? ¿La hierba en contacto directo con el cartel, la que lo rodea? ¿Toda la hierba? Sé que Christopher disfrutaría de la lectura de estos kôan, de hecho él los descifraría con más facilidad que cualquiera de nosotros.

A nosotros no nos queda más remedio que enfrentarnos a estas historias chocantes con algo de curiosidad y mucho de perplejidad. En la primera lectura de cada kôan, no entiendes nada. Los comentarios que añade Mumon Ekai después de cada cuento parecen despistarte aún más. Te sientes atascado. Entonces vuelves a leer el kôan y algo hace click en tu interior. Sigues sintiendo que la verdad está lejos, pero has dado un primer paso y la satisfacción es enorme.

Os dejo cuatro de los kôan del libro que más me han gustado:

Dos monjes discutían acerca de una bandera. Uno decía: «La bandera se mueve». El otro decía: «El viento se mueve». El sexto patriarca pasaba casualmente por allí. Les dijo: «Ni el viento, ni la bandera; la mente se mueve».

Seijo, la muchacha china -observó Goso-, tenía dos almas, una siempre enferma en casa y la otra en la ciudad, una mujer casada con dos hijos. ¿Cuál era la verdadera alma?

Basho dijo a su discípulo: “Cuando tengas un bastón, te lo daré. Si no tienes ningún bastón, te lo quitaré.”

Sekiso preguntó: «¿Cómo podéis seguir subiendo desde lo alto de un poste de cien pies?». Otro maestro dijo: «Uno que se siente en lo alto de un poste de cien pies ha alcanzado cierta altura, pero todavía no domina el Zen completamente. Debería seguir subiendo a partir de allí y aparecer con su cuerpo entero en las diez partes del mundo».

En definitiva: hay que atreverse a pensar.

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Yasutaka Tsutsui – Paprika

Poco a poco va llegando a España la obra de Yasutaka Tsutsui, autor irreverente y de culto de las letras niponas. Ya hablé una vez de sus dos libros de relatos. De ellos, me maravillaron su humor ácido y travieso, su crítica implacable a las bases y costumbres de nuestra sociedad, esa habilidad para llevar hasta el absurdo las situaciones más cotidianas y así invitarnos a reflexionar mientras reímos horrorizados. Y todo esto es lo que me esperaba encontrar en «Paprika», todo esto y además a lo grande al tratarse de una novela y no un recopilatorio de relatos. Que la adaptación en forma de película anime corriera a cargo del maestro Satoshi Kon no hacía si no incrementar mi interés.

Susto: la primera mitad de «Paprika» es un techno-thriller demasiado convencional. Una especie de Michael Crichton, pero sin el excepcional dominio del ritmo del escritor estadounidense. Hay alguna pincelada de humor, alguna escena interesante (una violación donde se da la vuelta a la tortilla) y desde luego resulta bastante atractiva la idea de una máquina que permite entrar en los sueños de los pacientes y modificarlos para calmar sus estados de ánimo y curar sus enfermedades mentales. (Sí: ya se rumoreó en su día que «Inception» quizá se había inspirado en «Paprika».)

Es notable la forma en que Tsutsui consigue que los sueños escritos parezcan sueños de verdad, con escenarios que mutan sin motivo (pero de forma fluída y extrañamente lógica), gente cuyo rostro no se corresponde a su identidad, diálogos incoherentes, informaciones salidas de la nada, simbolismos, etc. «Ah, así que estas cosas no sólo ocurren en mis sueños», piensas. Pero no hay mucho que más que destacar en este primer tramo.

Falsa alarma: la novela remonta en su segunda mitad. El mundo de los sueños se apodera de la realidad, ni los personajes ni el propio lector saben si siguen soñando o ya están despiertos, las personas se desdoblan en múltiples alter egos y llega un ejército de muñecas gigantes, estatuas de Buda asesinas y salvajes monstruos mitológicos para sembrar el terror. En manos de otro autor, quizá este histérico ir y venir entre los sueños y la realidad habría acabado siendo un caos infumable, pero Tsutsui mantiene el pulso y consigue no sólo que no nos perdamos, sino que además nuestro interés aumente cuanto menos creemos entender.

Al final, el escritor se quita la máscara: lo que parecía poco más que un experimento divertido tiene la misma carga crítica que sus relatos. No podía ser de otra manera. ¿Es la locura contagiosa? ¿Cómo nos comportamos cuando parece que nuestra realidad se deforma? ¿Por qué confiamos tan ciegamente en los poderosos, cuando sabemos que son perfectamente capaces de convertir algo positivo en algo destructivo?

Tsutsui también analiza el efecto devastador de hacer públicas nuestras intimidades. El autor nos recuerda que todos tenemos deseos, traumas y fantasías inconfesables, y que está bien que así sea. Por último, nos muestra muy gráficamente cómo los miedos ficticios -a base de que nos obliguen a creer en ellos- pueden determinar el estado de ánimo de toda una sociedad. Produce cierto shock terminar de leer «Paprika» justo la mañana que anuncian la muerte de Osama Bin Laden.

Algo estaba pasando. La gente sospechaba y quería saberlo, pero, al mismo tiempo, tenía la vaga sensación de que querer saber era peligroso. Se estaban habituando a una presencia ominosa o a un estado mental concreto. No tenían medios para protegerse de la insidiosa propagación de la locura.

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Yamamoto Tsunetomo – Hagakure

Hay que ganar desde el principio para salir victorioso siempre.
Ya hace días que lo leí y aún no lo había comentado. «Hagakure» es una reivindicación de los tratados samuráis más tradicionales en una época de paz: una época en la que los samuráis ya han perdido su función principal. Por eso, a lo largo de sus páginas se nota cierta melancolía y cierto romanticismo, quizá incluso un poco de frustración. Lo dictó Yamamoto Tsunetomo a un discípulo durante su retiro espiritual, poco antes de morir. He leído -y recomiendo- la edición de La Esfera de los Libros incluída en el volumen «La vía del samurái»; es más cara, pero mucho más completa, otras ediciones son sólo una selección de capítulos.
«Hagakure» significa «oculto bajo las hojas». Fue el libro de cabecera de Yukio Mishima y lo cita el protagonista de la película «Ghost Dog». A pesar de la distancia y de los años y de las creencias que separan el contenido de este libro de la mente de un lector occidental, es curioso comprobar cómo pueden extraerse valiosas enseñanzas y citas de este «Hagakure».
Por supuesto, hay temas que chirrían (esa servidumbre absoluta al señor feudal, el papel esclavo de la mujer, no valorar la propia vida, esa visión bélica para todo…). Y hay temas que sorprenden, como los capítulos dedicados al amor homosexual: los samuráis podían estar casados y además tener una amante, pero también podían elegir tener un único amante masculino para toda la vida. Había toda una serie de reglas que dictaban el comportamiento correcto de estas relaciones. Esto llama especialmente la atención porque Japón sigue siendo muy cerrado, la homosexualidad sigue siendo un tema tabú.
Os dejo una selección de las citas más interesantes de «Hagakure». Creo que algunas no hay que tomárselas al pie de la letra, sino extraerles la sustancia. Decisión, valentía, el momento es ahora, humildad, preguntar a los demás…

No conozco el camino para vencer a los demás pero conozco el camino para vencerme a mí mismo.

Cuando uno es sorprendido por una repentina tormenta, puede o bien correr lo más aprisa posible o bien colocarse rápidamente bajo los aleros de las casas que bordean el camino. De los dos modos nos mojaremos. Si uno ya estuviera preparado mentalmente a la idea de estar mojado, se encontraría a fin de cuentas muy poco contrariado con la llegada de la lluvia.

Cuando alguien nos cuente una historia o nos hable, uno ha de dar su opinión siempre que no esté de acuerdo con lo que se dice y escuchar al otro con la intención de señalar los fallos de la historia a fin de no dejar que abusen de nuestras debilidades.

Es deseable que el rasgo de la caligrafía sea prolijo y esmerado, pero si sólo tiene estas características parecerá una escritura rígida y sin gusto. Una escritura ha de tener, además, una silueta que se aleje de la norma.

Si piensas ver en el interior del corazón de alguien, sufre con él.

No hay nada que no pueda conseguirse. Basta con tener una firme voluntad, para poder atravesar tanto el cielo como la tierra sin la ayuda de nadie. Y, si esto ocurre, no hay nada que no pueda cumplirse o conseguirse. La gente carece de ánimo y es por ello que no les surge la voluntad. Mover el cielo y la tierra sin ni siquiera hacer fuerza es una cuestión de concentrar el espíritu en un único punto.

Es precisamente cuando uno piensa que se ha excedido en sus actos cuando por el contrario no comete errores.

Los caminos se pierden cuando se ponen excusas.

Reunir en el interior de uno mismo los tres valores: inteligencia, benevolencia y valentía. Para adquirir la inteligencia, basta con consultar las cosas con los demás. La benevolencia es actuar de forma útil para los demás. La valentía no es otra cosa que aguantar el dolor apretando los dientes.

Uno deja escapar el momento crucial porque cree que el ahora mismo y ese momento crucial son momentos diferentes. Ahora es el momento crucial y ese momento crucial es ahora mismo.

Si uno intenta salvar de la extinción a su clan, no conseguirá más que extinguirlo de forma indecorosa. Cuando cree que el momento ha llegado, ha de tomar la determinación de extinguirse con valor.

Tenía tendencia a pensar que el combate a manos desnudas difería del Sumo, debido a que no tenía importancia ser tirado al suelo al principio, ya que lo esencial era ganar al final del combate. Recientemente he cambiado de punto de vista. Se me ha ocurrido que si un juez tomara la decisión de parar el combate en el momento en que uno se encuentra en el suelo, os declararía vencido. Hay que ganar desde el principio para salir victorioso siempre.

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Alessandro Baricco – Seda

Llovía su vida, frente a sus ojos, espectáculo quieto.

Hasta ahora no había leído esta novela breve que, como librero, me he hartado de vender en Navidades y Sant Jordis varios. Supongo que es de esos libros que siempre queda bien regalar: no es muy largo, es famoso pero tampoco cabe desprestigiarlo como best-seller, la temática es exótica, la portada es atractiva, está bien escrito pero es «fácil de leer»… Lo leí en una tarde y, aunque no es una obra maestra y quizá ha tenido más éxito del merecido, sí reconozco que es un libro bonito. Sencillo, pero muy bonito.

Sus capítulos cortos se suceden como finos hilos de seda, entrelanzando con elegancia una historia sobre la costumbre versus la pasión. Más que capítulos, se trata de una sucesión de pequeños poemas en prosa, frases a modo de pinceladas que nos hablan de amores que no fueron, pájaros que quieren escapar de sus jaulas y gusanos de seda que mueren a medio camino sin cumplir su cometido. «Seda» nos  habla del enorme poder de atracción que tiene lo misterioso o inalcanzable. Recurre a tópicos continuamente (lo misterioso = lo exótico, Japón) pero construye una atmósfera tan etérea, tan de cuento de hadas que ninguno de esos tópicos chirrían.

No he visto la película, pero intuyo que difícilmente consiguieron capturar esa belleza contenida del libro, habrán trufado esta historia de mucha acción y diálogos innecesarios. Es una novela triste, muy melancólica. Muy oriental, supongo, porque se basa en los gestos y en lo que no se dice, en la fuerza de las bellas imágenes que describe: labios que se acercan gracias a una taza de té, lagos que se rizan con el viento y bandadas de pájaros surcando el horizonte… La verdad es que mientras leía «Seda», sentía que estaba leyendo uno de esos preciosos cuentos ilustrados «para adultos», algo de Benjamin Lacombe o Rebecca Dautremer, pero una edicíón de la que alguien cruel había arrancado las ilustraciones.

Todo es previsible, pero se lee tan rápido que apenas te da tiempo a adivinar. Al final te quedas con la sensación de tener un retazo de seda en las manos: tan magnífico como liviano, valioso pero casi intrascendente. Lo dicho: muy de regalar para quedar bien y muy de leerlo con una sonrisa si os lo regalan.

Es un dolor extraño. Morir de nostalgia por algo que no vivirás nunca.

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Yukio Mishima – El color prohibido

Hace unos días terminaba un libro tan irregular como fascinante: «El color prohibido», de Yukio Mishima. Irregular porque es una de sus primeras obras, y se nota: Mishima peca de pedante, se excede en confusas reflexiones que estorban la trama y alargan innecesariamente un libro que bien podría haber ocupado la mitad. Y fascinante porque se trata de un libro de múltiples caras. Por un lado, nos muestra la vida homosexual en el Japón de 1950. Y por otra parte, como tantas otras obras de este autor, es un estudio salvaje de esas fuerzas en constante lucha que no serían nada la una sin la otra: la fealdad contra la belleza, la vida contra la muerte, la juventud contra la vejez, la bondad contra la maldad más terrible, el amor contra la ausencia de éste.

Yuichi es un joven homosexual, tan atractivo que incluso llama la atención de un escritor ya anciano y feo y absolutamente heterosexual. Todos giran la cabeza al ver a Yuichi, todos anhelan una mirada, un pedazo de su atención. Pero él es incapaz de sentir amor: nunca hacia las mujeres por motivos obvios y nunca hacia los hombres porque ninguno lo merece. Yuichi es Narciso, está fascinado por su propia belleza, nada más le importa que sentir que gusta y enamora a los demás. Se alimenta de esa atracción que sienten los otros hacia él. El escritor, al conocerle, decide utilizarlo en su particular venganza contra todas las mujeres que lo han despreciado a lo largo de su vida. Y de la alianza de dos personas tan distintas, nace el drama. Mishima no deja títere con cabeza.

Volviendo al tema gay, es curioso comprobar cómo algo en principio tan distante como sería el ambiente homosexual en un Japón que se levanta de las cenizas de la II Guerra Mundial, en realidad resulta tan familiar y cercano. Como si hubieran descrito la vida del Gaixample o Chueca hoy en día, vaya. En todas partes (y en todas las épocas) cuecen habas, que se dice. Ya me pasó algo similar al leer «La historia de Genji», libro del siglo XI en el que compruebas que ni siquiera las cortesanas de la corte Heian se libraban de los mismos problemas sentimentales que tú en la actualidad. Estas voces amigas viajando a través del tiempo y el espacio te ayudan a relativizarlo todo.

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Ogai Mori – El ganso salvaje

No sé si será gracias al Book Journal que me autorregalé en Navidad, pero llevo un mes en el que no dejo de devorar libros. Siempre digo que desde que tengo la librería, leo menos que nunca; increíble pero cierto. Y aún así, me las apaño para recomendar títulos (y acertar a menudo). Ahora, quizá será por la chorrada de que me hace ilusión completar la ficha de los libros que leo, pero por fin he retomado un buen ritmo de lectura. Desde cuentas pendientes como «Un mundo feliz» o «La isla del tesoro» a apuestas personales como este «El ganso salvaje» que hoy voy a comentar, de Ogai Mori (autor japonés de principios del siglo XX que personalmente desconocía).

El libro es nada más y nada menos que la disección de una oportunidad perdida. Qué se esconde detrás de un hombre y una mujer que se enamoran a través de una ventana pero nunca llegan a conocerse. Dos personas a quienes la vida, tan casualmente como los juntó, los separa. No estoy soltando spoilers, ojo: esta oportunidad perdida es el eje de toda la narración.

Conocemos la historia a través de un personaje externo, un mero espectador que se limita a aportar objetivamente toda la información que ha llegado a sus oídos a lo largo de los años. No hay lugar para sentimentalismos ni drama, que es lo primero que podríamos pensar al leer la sinopsis. El testigo nos habla de las vidas de esas dos personas (y de la gente que los rodea), nos describe su día a día, su rutina y sus pequeñas miserias, nos desgrana cómo un cúmulo de casualidades une y separa a ese estudiante a punto de graduarse y a esa mujer, amante forzosa de un usurero.

De una sencilla imagen (una mirada cómplice en un Japón donde las apariencias y los roles establecidos lo son todo), acaba surgiendo un estudio desapasionado (pero no por ello menos conmovedor) sobre las pasiones humanas y sobre cómo nos enfrentamos a la necesidad de sentirnos menos solos: mientras unos están dispuestos incluso a pagar por un amor fingido, otros nunca se atreverán a decir un simple «Hola».

No negaré que el libro me ha impactado muchísimo. En cierto modo, es la cara negativa de una de mis películas favoritas, «Antes de amanecer» donde los dos protagonistas, tras tener un flechazo en el tren, sí se atreven a conocerse aunque sólo sea durante unas horas.

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Yasutaka Tsutsui – Hombres salmonela en el planeta porno

A la altura de Haruki Murakami, Yukio Mishima y Yasunari Kawabata, hoy por hoy uno de mis autores japoneses favoritos es Yasutaka Tsutsui, y eso que sólo he leído dos libros suyos (los dos que han salido en España): Hombres salmonela en el planeta porno y Estoy desnudo.

Sus historias rebosan ironía, coquetean con la ciencia ficción y la sexualidad. Están protagonizadas por gente normal, anodina, que de repente se encuentran en la situación más absurda posible por culpa de las normas y las costumbres de la sociedad. Un trabajador que de la noche a la mañana, y sin saber porqué, ve cómo todas sus intimidades se exponen y comentan en la prensa y los altavoces del metro y la televisión y los paneles publicitarios. Un grupo de mujeres que se emperra en construir una isla artificial con millones de bolas de pachinko como base. Un fumador que se convierte en la última persona que fuma en el mundo, al estar su actividad perseguida bajo pena de muerte. Unos científicos que tienen que adentrarse en un planete inhóspito de fauna ninfómana. Un hombre que por una serie de desgracias acaba desnudo y sin dinero en medio de una gran metrópolis. Etc.
Tengo ganas de que traduzcan alguna de sus novelas, porque de momento sus dos libros de relatos me han parecido extraordinarios. Una mirada corrosiva al mundo actual con un estilo ágil y un lenguaje fresco.
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