Los inciensos japoneses

Los inciensos japoneses desprenden un olor más ligero que el de, por ejemplo, los inciensos hindúes. Refrescan y perfuman el ambiente de la casa, sin cargarlo. Se elaboran artesanalmente a partir de la selección de ingredientes naturales (flores, especias, maderas…), a los cuales se les extrae la esencia, que se mezcla con otras para obtener una fragancia elegante y suave. Tras ello, se prensan como si fueran larguísimos espaguetis, que tras secarse durante varios días, habrá que cortar para que se conviertan en barritas de incienso. Podéis ver el proceso en este vídeo.

Como están hechas de esencia y no de madera, estas barritas, al quemarlas, no suelen desprender humo. Se pueden colocar en un incensario tipo bandeja, o bien en cuencos con algo de ceniza o arena. En Haiku encontrarás varios inciensos de la marca Koh-Do, pero te vamos a hablar de nuestros tres favoritos.

Aqua
El olor más fresco, elaborado a partir de ciclamen y prímula. Sorprenderá incluso a quienes no suelen gustarles los inciensos. Transmite bienestar, indicado para cualquier momento.

Genji
Genji era el protagonista de la famosa novela Genji Monogatari, un príncipe de la era Heian famoso por sus habilidades amatorias. Estas barritas, de un espectacular color morado y un perfume a narciso muy sugerente, son ideales para la intimidad del dormitorio.

Zen
Para momentos de meditación e introspección, os recomendamos este incienso, realizado a partir de madera de aloe y especias.

¿Los has probado? ¿Cuál te gusta más? Por cierto, en la tienda también tenemos muestrarios gratuitos con 4 barras distintas, por si quieres descubrir el mundo del incienso japonés.

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Tsukimi (月見)

En Japón, Septiembre es el mes del Tsukimi (月見), literalmente contemplar la luna. Durante este festival, se organizan reuniones para observar la primera luna llena del otoño y también la de los días siguientes. Esta tradición se originó en China, pero pronto llegó a Japón y se popularizó en la era Edo. La tradición continúa en nuestros días. De hecho, la luna es una de las grandes protagonistas del arte japonés: muchos cuadros y poemas nacen inspirados por ella.

En la superficie de la luna, los japoneses ven un conejo que amasa mochis (pastelillos de pasta de arroz). Cuenta la leyenda que Buddha en una de sus reencarnaciones fue un Conejo. Le pidió a sus amigos animales que los días de luna llena ofrecieran comida extra a los humanos. Todos trajeron pescado, carne, fruta… menos el Conejo, que solo pudo traer hierba, su alimento, pero no el de los humanos. El Rey del Cielo le pidió sacrificarse a cambio y el Conejo saltó a la hoguera, pero no estaba caliente y sobrevivió. El Rey del Cielo apreció su gesto y dibujó entonces un conejo en la luna como recordatorio.

Desde entonces, como ofrecimiento a los dioses, durante el Tsukimi los japoneses colocan varios alimentos bajo la luz de la luna: tsukimi dango (mochis especiales de esta festividad), castañas, sake, así como ramas de suzuki que habréis visto en muchos cuadros. También se pueden pedir deseos y se escucha música con instrumentos tradicionales como el koto o la flauta shakuhachi. Siempre contemplando la luna, claro. Dicen que la luna de la cosecha es la más bella de todo el año.

雲をりをり人を休むる月見哉
(Matsuo Bashô)

«Unas pocas nubes esparcidas
permiten a los hombres descansar
de la contemplación de la luna»

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Otoño de literatura japonesa

Los próximos meses vendrán cargados de la mejor literatura japonesa. Novela histórica, cuentos de terror, historias de amor y de búsqueda personal… Cada vez más editoriales apuestan por los autores japoneses y vamos descubriendo obras de autores ya conocidos, así como algunos autores nuevos.. Hoy te traemos un avance de las novedades que podrás encontrar en Haiku a lo largo de los próximos meses. Un buen libro es el mejor abrigo para el otoño…

Cuando silbo de Shusaku Endo (Ático de los Libros)
Un hombre intenta, junto a su hijo, sacar adelante un hospital con las técnicas más modernas. De repente, aparece un viejo amor que necesita curarse. Octubre 2013.

Los años de peregrinación del chico sin color de Haruki Murakami (Tusquets)
Un arquitecto desencantado con su vida actual, regresa al pueblo de su infancia en busca de su identidad. Allí, su antigua pandilla le rechazará sin motivo aparente. 15 de octubre 2013.

Manazuru de Hiromi Kawakami (Acantilado)
Tres mujeres que viven juntas y se ganan la vida tejiendo. Un marido desaparecido. Un pueblo donde habitan espíritus. Con estos ingredientes, no dudamos de que una de nuestras autoras favoritas, nos ofrecerá otra historia poética y sutil. 18 de octubre 2013.

El lago de Banana Yoshimoto (Tusquets)
Una joven se traslada a Tokio para superar la muerte de su madre y perseguir su futuro profesional. Le gusta mirar por la ventana… como a un chico que vive en el edificio de enfrente. Inician un romance, pero tendrán que superar los traumas de él, vinculados con una secta. 12 de noviembre 2013.

Las piedras de Chihaya de Sergio Vega (Quaterni)
Esta editorial sigue apostando por las novelas históricas japonesas. En este caso, un autor español nos transportará al Japón de la era Kamakura. Entre batallas de samuráis y el auge del zen, un niño descubrirá que todo lo que necesitamos ya está dentro de nosotros. 7 de Octubre 2013.

Los atajos de Yûko de Yû Nagashima (Quaterni)
El autor pertenece a la nueva ola de la literatura japonesa, denominada Haruki Children por su influencia del maestro Haruki Murakami. Ambientada en una tienda de antigüedades, es una novela urbana y actual sobre los pequeños misterios de la vida. 21 de Octubre 2013.

Cuentos del Japón oculto de Sachiko Ishikawa (textos) y Laura Garijo (ilustraciones) (Taketombo Books)
Antología de relatos de terror ilustrados que giran en torno al encuentro entre personajes de nuestro mundo y seres del inframundo japonés. Octubre 2013.

¿Cuál tienes más ganas de leer?

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Banana Yoshimoto : Amrita

«Los descubrimientos más memorables se realizan
cuando nos adentramos en las cosas por nosotros mismos
y, solos, las hacemos nuestras.»

Me gusta los libros que te sumergen en su historia. Y en verano más. Una historia sencilla, donde en realidad no ocurren demasiadas cosas, solo el descubrimiento de uno mismo. Cada frase una oleada, el libro te mece y te serena. Te atrapa en ese no pasar nada, porque quieres sentirte como la protagonista. Ella permanece siempre estoica y esperanzada.

Lo leí por recomendación de un amigo que acertó de pleno. Es un libro para las vacaciones. O para cuando necesitas estar de vacaciones. Una ventana a otro mundo donde nada va contigo, y todo ocurre despacio. Como la brisa entre las palmeras. Antes de darte cuenta, tu sofá se ha convertido en una hamaca y en la mano tienes un vaso de piña colada.

Banana Yoshimoto a veces se pasa de cursi. Aquí no. O sí, pero se lo perdonas. Dejas que te vaya desmenuzando la historia de esa chica que vuelve a nacer tras un accidente y poco a poco recupera el gusto por la vida, los detalles que la hacen feliz, las conexiones con viejos conocidos y nuevos amigos. En fin: hay que leerlo para ver la vida con otros ojos.

 

No tengas la misma prisa que yo. Mira bien la cena que ha preparado mamá, el jersey que te ha regalado. Mira bien las caras de tus compañeros de clase, las casas del barrio que demuelen para construir otras nuevas. Cuando se vive en el mundo real uno no se fija en lo que le rodea, pero estando en el camerino de un teatro no se te escapa nada. Date cuenta de que el cielo es azul, de que tu mano tiene cinco dedos, de que papá y mamá están ahí, lo mismo que las personas desconocidas con las que hablas por la calle: todo eso es como beber agua fresquísima. Si no se bebe cada día no se puede vivir. Si no se bebe, si el agua está ahí y no la bebes a grandes sorbos, la garganta se seca y se muere. No sé explicarlo bien, pero es así. Di que no tengo ningún pesar. Díselo a todos. Yo siempre acababa los deberes de vacaciones en la primera semana, lo mismo que el diario que nos mandaban escribir en vacaciones, y envidiaba a los demás, que lo hacían todo en la última semana deprisa y corriendo. Pero me veía obligada a hacerlos enseguida por miedo. Yo de niña era así. Sin embargo, la próxima vez que escriba un diario no cometeré el mismo error, describiré el calor del verano, los rayos de sol, día a día, tal y como lo vaya sintiendo. Tuve prisa. Eso es todo. (Páginas 259-260)

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Ryuichi Sakamoto : La música os hará libres

Antes de este libro, no conocía a Ryuichi Sakamoto todo lo que me gustaría, básicamente canciones sueltas, sobre todo de bandas sonoras, como por ejemplo Forbidden Colours de la película Feliz Navidad, Mr. Lawrence. Pero sabía que con ese título tan potente, La música os hará libres, no podía fallarme. 270 páginas para disfrutar de todas las vivencias y reflexiones que comparte con sus lectores un hombre único.

 

Y lo de único no lo digo gratuitamente. No es fácil encontrar a un hombre tan independiente, tan templado y apasionado a la vez, tan agradable, tan culto, tan ajeno a las modas (aunque consciente de ellas), tan intuitivo.   El adjetivo «interesante» a menudo se sobreutiliza para al final no decir nada, pero a Ryuichi Sakamoto esa definición le sienta como un guante. Es un tipo interesante. Alguien con quien te gustaría tomarte un café tranquilamente, intercambiar opiniones, y sobre todo escucharle. Da gusto leerle, así que escucharle ya debe ser el orgasmo.

Sakamoto repasa aquí sesenta años de vida, salta de un episodio a otro, y no siempre con conexiones lógicas. Sucesos importantes los resume en dos líneas y otros en apariencia menores los disecciona con intensidad a lo largo de varias páginas. Pero precisamente esa sinceridad a la hora de abordar todas las cosas que cuenta (un padre que no le miró a los ojos hasta que fue adolescente, una chica que se suicidó, las revueltas estudiantiles de los años 70, los atentados del 11-S…) dice mucho de él. Habla de lo que le interesa, y de lo que aprendió y sintió en cada episodio. No da lecciones, sólo comparte: «me pasó esto y pensé esto otro».

 

Sakamoto habla, por supuesto, de sus influencias musicales a lo largo de los años. De cómo descubrió los acordes de novena gracias a los Beatles y a Debussy, sin ir más lejos. De su obsesión por mezclar pop y música clásica y vanguardia. Pero también habla de sus influencias personales, sobre todo de hombres y el impacto que produjeron en su vida. Sorprende oírle hablar con tanta naturalidad de la belleza masculina y de cómo se enamoró de algunos de esos hombres, los describe con más detalle que a sus novias y esposas.

Al pensar en cualquier artista, es tentador pensar en talento innato. Sakamoto le da la vuelta a la tortilla: el músico y la estrella pop en que se convirtió fue un cúmulo de casualidades y de decisiones no siempre conscientes. De crecerse en las dificultades, porque él no las ve como retos o limitaciones sino como una oportunidad para mejorar. De eso trata La música os hará libres, de un hombre inconformista buscándose siempre a sí mismo, saltando de prueba en prueba y de error en error para encontrar su lugar en el mundo. Echar la vista atrás y descubrir el camino que te ha traído hasta donde estás ahora.

 

Esta autobiografía es accesible para todo tipo de públicos, conozcas o no al músico, porque consta de capítulos muy breves que agilizan la lectura, y el lenguaje, incluso cuando Sakamoto se pone a hablar de aspectos más técnicos, es sencillo (que no simple).  En definitiva: una lectura amena, instructiva y más que recomendable. Si os gustan las personas que desprenden un magnetismo único, no dudéis en echarle un vistazo al libro.

Vivía haciendo solo lo que me gustaba. Era una vida de color de rosa. Por supuesto, escuchaba música, leía libros, y también fue la época de mi vida en la que vi más películas. Y salí por primera vez con una chica, y fui a manifestaciones y asambleas. Hacía constantemente novillos en el instituto, pero, no sé por qué, me parecía que estaba muy ajetreado.

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Receta: Batido de té matcha

Nada mejor que refrescarse con un buen batido al volver de la playa. Y qué rico está el de té matcha, ¿verdad? Hoy te enseñamos a prepararlo en apenas 2 minutos.

Ingredientes (para un batido)
-1 cucharada de té verde matcha
-1 cucharada de azúcar avainillado (o de miel, al gusto)
-1 vaso de leche
-3 o 4 hielos

Agregar todo a la licuadora y licuar hasta conseguir una mezcla suave. Servir, decorar con una hoja de menta y… ¡Disfrutarlo bien frío!

Si quieres un batido aún más cremoso, prueba a añadir un plátano congelado antes de licuar. También puedes mezclar un poco de matcha con tus batidos de frutas favoritos, para darles un toque distinto.

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Genshin y los barcos de Hitachi

Genshin volvió con las ropas embarradas a la cueva donde se hospedaba. Se desnudó maldiciendo la tormenta que le había sorprendido de camino a su refugio. Una tormenta inesperada, como debían de serlo todas en aquella región. A escondidas, las nubes trepaban las colinas de los alrededores y entonces se precipitaban a la vez sobre todos los pueblos del valle de Hitachi, como un ejército bien sincronizado.

«Ushibori en la provincia Hitachi» (Hokusai)

Tras reunirse con el monje del templo Ishioka, Genshin caminaba ensimismado cuando la lluvia le atacó. Desenfundó la espada creyendo que algo le atacaba, pero no podía luchar contra cientos, miles de gotas. Eran más rápidas que cualquier guerrero. O al menos, desde que despertó, Genshin no había visto a ninguno tan rápido como aquellas gotas. Así que echó a correr, chapoteó entre los arrozales, propinó un puntapié al perro que le salió al paso desde el embarcadero, buscó refugio bajo los aleros de las casas pero allí las gotas caían con más fuera en su hombro izquierdo, atravesó la aldea inundada, escaló la montaña saltando los ríos de barro.

Cada vez que volvía a tocar tierra, sus pies se hundían un poco más y nuevas manchas de barro aparecían en sus vestimentas. Agotado, tropezó. Cayeron sus espadas en una charca marrón. Tuvo que arrodillarse para encontrarlas. De nada había servido correr. Estaba empapado y había descuidado sus espadas. Algo inadmisible para un samurái. Comprendió en ese momento, removiendo el barro en busca de ambas espadas, las últimas palabras del monje. Le había visitado sin avisar.

-Sé que es una descortesía presentarme así -le dijo Genshin-, pero solo podía recurrir a usted. En esta región no hay más que ignorantes. Decían que no me entendían. Tras mucho insistir, conseguí que me dieran las señas para llegar al templo. Confío que usted pueda aclararme qué significa esta palabra: Shiroyama. No me quedan más recuerdos que esa palabra.
-Las campesinas y los pescadores -respondió el monje, levantándose de la mesa- son buenos en lo suyo, como debe ser. Cada cual destaca en la tarea que le ha sido asignada. Yo sé pocas cosas, pero incluso esas pocas cosas, de nada servirían sin el arroz y el pescado que me traen ellos. Sin comida moriría y lo poco que sé moriría conmigo. Entiendo que un samurái como tú, sin señor ni misión, debe de andar perdido. De otro modo, no habrías llegado hasta este templo sin importancia.

El monje sirvió el té con la eficiencia de quien no debería hacer algo pero lo hace de todos modos. Genshin se preguntó si también habría servido el té de haber estado allí su ayudante, al que había dado permiso para visitar a un familiar enfermo. El monje, como si supiera lo que habría de ocurrirle al samurái al salir del templo, le tendió la taza de té y dijo:

-Te vendrá bien algo caliente. Shiroyama, ¿dices? No sé si ahí tendrás la respuesta que buscas. O si querrás llegar siquiera: esa región está al sudeste, en el otro extremo del continente, pero stá a punto de empezar la temporada de lluvias y el viento sopla en esa dirección. Tendrás que seguir el camino de las tormentas. Mejor que te dirijas al norte, será más fácil para ti.
-Puedo ir, tengo dos espadas -dijo Genshin. No se las enseñó porque las había guardado en la entrada. El monje sonrió.
-Sin ellas, ¿también te consideras un samurái? ¿Y acaso sabrías usarlas a la vez? ¿Si fuera necesario? ¿Sabrías discernir ese momento de necesidad?

Genshin no respondió. En la cueva, seguía sin respuestas. Había desenfundado las espadas para defenderse de la lluvia y en su huida torpe, casi las había perdido. Era una deshonra para su clase. Desde luego, ni siquiera podía asegurar que fuera un samurái. No lo recordaba. No recordaba nada. Pero las ropas y las espadas que llevaba cuando se despertó bien tenían que significar algo. Incluso aunque ahora estuvieran manchadas de barro. Las limpió cuidadosamente y durmió un poco.

Las nubes no se habían movido a la mañana siguiente. No llovía, pero aquellas sombras negras sobrevolaban la aldea como una bandada de cuervos. Desayunó arroz frío y bajó de la montaña. Se le ocurrió que le podía pedir a uno de los pescadores que lo llevara a la ciudad más cercana. Tal como temía, a los pocos minutos empezó a llover, pero en el embarcadero no había lugar para esconderse mientras esperaba el regreso de los pescadores.

«Puente de Awate» (Hiroshige)

Pensó en pedir refugio en alguna de las casas cercanas. No había nadie. Un chapoteo le llamó la atención: uno pocos botes se mantenían firmes en el embarcadero, no notaban la crecida del río. Brotó en la mente de Genshin, como una flor tímida a la que el agua anima, un antiguo proverbio: «Cuando el agua sube, el barco sube también». Y lo comprendió.

No sabía si en el pasado lo había comprendido pero ahora sí. Los barcos, gracias a la lluvia, relucían. Madera nueva, lista para salir a navegar. Y de los arrozales llegaba la canción de las campesinas, quizá felices porque aquellas lluvias aseguraban una buena cosecha.

Por primera vez desde que despertó sin recuerdos, Genshin irguió la cabeza como las grullas antes de sobrevolar los campos, pero él continuó el movimiento para recibir la lluvia con la lengua. Y echó a andar. Despacio. Iba a mojarse, sí. Qué importaba. Si se resignaba y vigilaba sus pasos, no tropezaría. Si bien no podía evitar que llegara la temporada de lluvias, sí podía aprovechar el curso de las nubes y de los riachuelos que marcaban el camino. Los seguiría hasta Shiroyama. Tenía el eco de esa palabra en la mente, la compañía de la lluvia y dos espadas colgando de su cinto. No necesitaba nada más.

Relato escrito por Alex Pler, inspirándose en capítulos del Hagakure (Tsunetomo Yamamoto) y El libro de los cinco anillos (Musashi Miyamoto).

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El 15 de octubre llega el nuevo libro de Haruki Murakami

Con el título Los años de peregrinación del chico sin color y de la mano de Tusquets, el 15 de octubre se pondrá a la venta en España el último libro de Haruki Murakami, apenas 6 meses después de su edición japonesa. Esta será la portada.

En Japón batió todos los récords: una primera tirada de 500.000 ejemplares, el libro más reservado por internet, cuatros ediciones en pocos días, colas nocturnas para comprarlo… Pero sobre todo, parece que, después de la experimental 1Q84, esta vez el autor vuelve con una historia potente bajo el brazo.

La novela narra la historia de Tsukuru Tazzaki, un arquitecto de 36 años que diseña estaciones de tren. Desencantado con su vida actual, su relación con la misteriosa Sara le recuerda a los años de infancia. Decide abandonar Tokio y volver a su pueblo. Allí, su antigua pandilla de amigos, todos con apellidos que simbolizan un color, le rechazarán sin motivo aparente. Como es habitual en los protagonistas de Murakami, Tsukuru tendrá que hacer frente a la soledad más absoluta.

¿Tenéis ganas de leerlo?

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Michi Kobayashi – El principio del círculo

«¿Nunca has estado con nadie que necesitara
darte la mano, abrazarte o besarte?»

Parece que la editorial Comanegra se está especializando en editar fábulas de «autoayuda» con ambientación japonesa. No sé si será un nuevo género, pero ya han editado tres libros así: La ley del espejoLos cerezos en diciembre y éste. Por mí, que sigan con el proyecto: se leen en menos de una hora y levantan el ánimo.

El círculo de la portada, trazado con pincel y tinta china, es uno de mis símbolos favoritos. Sé que algún día tendré un despacho con un cuadro así. En El principio del círculo sirve para explicar la importancia de la comunicación entre dos personas y, más aún, del contacto físico.

A menudo te quedas en las palabras. Ya lo has dicho todo, tu boca se ha desbordado, ¿qué más podrías hacer? Pues expresarlo con gestos, por ejemplo. Expresarlo de verdad. Demostrarlo. Caricias, abrazos, miradas, besos, mimos, ligeras presiones. Tu cuerpo sólo sabe decir la verdad.

Estás tan seguro de lo que sientes hacia los demás (familia, pareja, amigos), que te olvidas de hacérselo saber. No comparto el aire anti-tecnológico del libro, pero sí defiendo su apuesta por la comunicación. Las cosas que no se dicen, las cosas que no se expresan, no las saboreas tanto como podrías. Toquémonos.

Si evitamos el contacto nos perderemos muchas cosas bonitas. Hay un cuento que dice que, en una ciudad donde pasaban cosas sorprendentes, un día todos los habitantes se despertaron con azúcar en los labios. Pero los granitos de azúcar eran tan pequeños que no se veían. ¿Y sabes qué pasó? Que sólo se dieron cuenta de ese hecho increíble los que, al despertarse, se besaron en los labios.

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Sadako y las grullas

«Si doblas mil grullas de papel, los dioses te concederán un deseo.»

Solo era una vieja leyenda. Pero su amiga Chizuko se la contó con tanta convicción mientras le arreglaba la almohada, que Sadako acabó por sonreír.

«Aquí tienes tu primera grulla», le dijo Chizuko antes de irse. Depositó una figura de origami entre las manos de su amiga. Sadako pestañeó. Era un pájaro dorado. Se marcaban los pliegues torpes en el papel de regalo, las alas estaban torcidas y la cabeza apenas erguida. «Gracias», dijo Sadako. «Es la grulla más bonita del mundo».

Aquella noche, moviéndose en silencio para no despertar al niño que compartía habitación con ella, Sadako se levantó de la cama. Sobre la mesita de noche, había un el bote de medicamentos y usó su etiqueta para doblar una grulla de papel. Tomó la de su amiga como modelo. No le costó descifrar cada paso que debía dar. Satisfecha con el resultado, pensó que solo le quedaban 999 grullas por doblar.

Siguió doblando a lo largo de la noche, cada grulla un poco más fácil que la anterior. Por la mañana, le enseñó todas las que había hecho, una docena, a su compañero de habitación. «Quiero volver a correr», dijo Sadako, «y los dioses me concederán ese deseo. ¿Por qué no te animas a doblar grullas conmigo? Seguro que tú también quieres curarte».

El niño negó con la cabeza. Un movimiento apenas perceptible, pero después de varios meses juntos, Sadako ya se había acostumbrado a los gestos débiles de aquel niño de ojos grandes. «Sé que moriré esta noche», dijo él. Y así fue. Los médicos se lo llevaron de madrugada. Para no ver la cama vacía, Sadako se quedó mirando a través de la ventana. Al empezar un nuevo día, los rayos de sol fueron iluminando las ruinas de su ciudad.

¿Cuántos niños enfermos debía de haber en toda Hiroshima? ¿Y en todo el mundo? Sadako decidió ampliar su deseo: doblaría mil grullas por la paz y por la curación de todas las víctimas del mundo. No quería que ningún niño dejara de correr, como le había pasado a ella. Les pidió a las enfermeras que le trajeran papeles de colores y dedicó las semanas siguientes a doblar una grulla tras otra sin moverse de la cama de hospital.

El 25 de octubre de 1955, una enfermera entró en la habitación. Traía un zumo de naranja para Sadako, como cada mañana. Pero al ir a despertar a la niña, comprobó que ésta había fallecido. Otra víctima de leucemia. O, como la llamaban entonces en Japón, «enfermedad de la bomba A», pues la causaba la radiación de las bombas atómicas que cayeron diez años antes sobre Hiroshima y Nagasaki.

Sadako había tenido energías suficientes para doblar 644 grullas. Llenaban de colores toda la habitación: un arcoiris de pájaros en la mesita, en el lavamanos, en el alféizar, en el armario abierto. Sus compañeros de colegio doblaron las 356 grullas restantes para cumplir el deseo de su amiga.

«Si doblas mil grullas de papel, los dioses te concederán un deseo.»

En la actualidad,  Sadako y su historia son un símbolo pacifista que recuerdan los peligros de la energía nuclear. Hiroshima honra su memoria con una estatua cuya inscripción pide un grito, una plegaria por la paz en el mundo. Las grullas de papel que la niña llegó a doblar se exhiben en el museo de la misma ciudad, junto a todas las que donan los visitantes. Y por cierto, en Barcelona hay una escuela que lleva su nombre.

Os dejamos un vídeo tutorial para aprender a crear vuestras propias grullas de origami.

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