Haruki Murakami – De qué hablo cuando hablo de escribir

Murakami es un hombre reservado, poco dado a dar entrevistas. Por eso resulta tan interesante leerle cuando decide compartir sus opiniones y vivencias personales, como en su De qué hablo cuando hablo de correr, que más allá de un ensayo sobre cómo se entrena a diario para correr maratones, era un texto motivacional e inspirador con la constancia por bandera. En nuestra librería es con diferencia su título más vendido, por encima de otros como Kafka en la orilla o incluso Tokio blues.

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El volumen que ahora acaba de publicarse, De qué hablo cuando hablo de escribir, trata por supuesto de la escritura. De cómo la enfrenta Murakami, que confiesa escribir 5 o 6 horas diarias hasta llenar 10 páginas. Pero también aprovecha para dar su visión sobre otros aspectos relacionados: los premios literarios, la originalidad, la construcción de personajes… Muchos de los consejos serán útiles para escritores en ciernes.

Además, los lectores habituales de Murakami disfrutarán conociendo el germen de algunas de sus obras, por ejemplo cómo Tokio blues la empezó a escribir casi como un nómada por Europa, o cómo Al sur de la frontera… iba a ser uno de los capítulos de otro de sus libros más famosos (no desvelaremos cuál). Pero sobre todo, lo interesante de este volumen es cuando el autor analiza temas sociales. Destacamos el capítulo dedicado a la escuela japonesa, donde denuncia la situación actual y la extrapola a una sociedad preocupada por la eficacia y no tanto por la calidad o el talento individuales, recordando los peligros que ello conlleva.

En cualquier caso, Murakami no sienta cátedra. El tono del libro es humilde, el autor se reconoce limitado pero también honesto. Escribe porque es lo que más le gusta hacer y, treinta y cinco años después, no sabría hacer otra cosa. Sus confesiones sobre la soledad del acto de escribir o acerca de las feroces críticas que recibieron sus libros desde el principio suenan (se leen) sinceras.

«Como profesional, hay que ganarse un mínimo de apoyo, pero a partir de ahí la referencia fundamental debe ser la de disfrutar uno mismo, la de estar convencido de lo que se hace. Una vida dedicada a algo que no resulta divertido no tiene ningún atractivo. ¿Quién puede estar en desacuerdo con eso?»

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A los 68 años, Haruki Murakami es el autor japonés más popular tanto dentro como fuera de Japón. Sus lectores aprecian un particular universo donde la vida cotidiana de las grandes ciudades a menudo se distorsiona con efectos catárquicos. En su país acaba de publicar la novela Matar al comendador.

De qué hablo cuando hablo de escribir te gustará si… necesitas un pequeño empujón para escribir finalmente esa obra que siempre tienes en mente.

En la librería Haiku encontrarás todos los libros de Haruki Murakami traducidos al castellano y catalán, así como también algunos en inglés, francés y japonés.

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Ichiyô Higuchi – Cerezos en la oscuridad

Aunque los primeros grandes textos de la literatura japonesa (La historia de Genji, El libro de la almohada…) los escribieron mujeres en el siglo X, sus sucesoras quedaron relegadas al olvido. Esto cambió a finales del siglo XIX con la apertura de Japón a Occidente, los cambios de costumbres y la tímida libertad que empezaron a disfrutar las mujeres de aquella época. Llegaron entonces nuevas voces, entre ellas algunas femeninas, considerándose Ichiyô Higuchi la primera escritora japonesa moderna.

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Cerezos en la oscuridad reúne seis de sus mejores relatos, seleccionados de entre los cerca de veinte que escribió antes de morir a los 24 años, víctima de la tuberculosis. Todos ellos describen las duras condiciones de vida en los barrios más pobres de Japón. Es una realidad que ella conoció bien: hija de un comerciante de Tokio, Ichiyô Higuchi tuvo que sacar adelante a su madre y su hermana tras morir el padre. Esto truncó sus estudios de poesía y literatura en una prestigiosa academia privada. Trabajó como maestra y abrió una tienda de caramelos a las puertas del barrio rojo Yoshiwara, donde sin duda conoció de primera mano a personas que le inspiraron sus relatos.

Un tema de plena actualidad en aquella época era el de los derechos de las mujeres. Japón intentaba renovarse ante el resto del mundo, pero las costumbres llevaban años arraigadas. A Higuchi le interesaba denunciar las dificultades que sufrían las mujeres, sometidas a sus maridos, sin voz ni voto, poco menos que esclavas. En los primeros relatos de la colección, el discurso es prioritario, con personajes esquemáticos y poco desarrollados, como por ejemplo en el escalofriante Noche de plenilunio, donde una hija que intenta escapar del marido que la maltrata, es convencida por su padre para volver con él. En otros relatos, relata el ambiente de los prostíbulos y comparte amores condenados al fracaso, siempre con evocadores finales abiertos.

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Fotografía: Entrada a Yoshiwara a finales del siglo XIX.
Higuchi vendía caramelos cerca de este lugar.

Pero lo fascinante del volumen es comprobar cómo poco a poco, la autora iba encontrando su propia voz. Así, el relato que cierra el libro, Dejando atrás la infancia, es el que destaca por sus méritos literarios. Aquí ya no exhibe las inseguridades del principio, o los experimentos con los diálogos, ni deja que el discurso sea lo más importante. Ichiyô Higuchi encuentra por fin el equilibrio entre todos los ingredientes para contarnos una bella historia de la amistad entre dos chicos y una chica que deben aceptar el destino al que están abocados por su posición social.

Este cuento, casi una novela corta, empieza sumergiéndonos en el barrio de Yoshiwara, las descripciones son vívidas y bellas, casi puedes oler la comida saliendo de las pequeñas casas y ver cómo las ruedas de los rickshaws salpican los bajos de los kimonos. Esta historia abunda en escenas casi cinematográficas, inolvidables, como una reparación de unos zapatos bajo la lluvia usando un trozo de obi.

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Como prueba de que la literatura de Ichiyô Higuchi sigue siendo muy apreciada en Japón, ella es la única mujer que aparece en un billete japonés, concretamente en el de 5.000 yenes. En castellano habíamos recibido otras colecciones de relatos, como Aguas turbulentas (ediciones Erasmus) o en catalán A veure qui és més alt (editorial Lapislàtzuli, que precisamente incluye el relato Dejando atrás la infancia), pero la traducción de Satori, a cargo de Hiroko Hamada y Virginia Meza, consideramos que es la que mejor recoge la cadencia poética de la autora. En definitiva, una edición cuidada como acostumbra esta editorial, redondeada por un magnífico prólogo de Carlos Rubio que nos pone en situación del contexto histórico y biográfico.

Cerezos en la oscuridad te gustará si… quieres conocer cómo era la vida en los barrios más pobres del antiguo Tokio, narrada con dureza pero también belleza.

En la librería Haiku encontrarás este y otros libros de Ichiyô Higuchi.

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Asataro Miyamori – La venganza de Katsuno y otros relatos de samuráis

A finales del siglo XIX y principios del XX, mientras Japón se reinventaba a sí mismo para dejar atrás su pasado, fueron los visitantes europeos y americanos quienes dieron a conocer la historia, el folklore y las tradiciones de un país que les fascinaba. En parte gracias a ellos se salvaron cuentos de tradición oral, e incluso artes como el kabuki o el ukiyo-e, que los japoneses veían como anticuadas frente a las tendencias occidentales. Así, recuperaron el orgullo en su propio legado, en aquello que los diferenciaba. Hoy en día, los japoneses están agradecidos a autores como Lafcadio Hearn.

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Pero también hubo escritores autóctonos que escribieron en inglés para dar a conocer su país al resto del mundo. Es el caso de Asataro Miyamori, profesor de inglés en la Universidad Keio de Tokio. Escribió varios libros de relatos, siendo el más famoso este que ahora ediciones Obelisco acaba de publicar en castellano. La venganza de Katsuno reúne ocho historias protagonizadas por samuráis y sirve para conocer mejor a aquellos guerreros dispuestos a sacrificarse hasta las últimas consecuencias.

Con un tono épico e idealizado que se nota sobre todo en los diálogos, Miyamori narra batallas de samuráis famosos como Oda Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi o Takeda Shingen. Como en una buena película de Akira Kurosawa, hay asedios a castillos, hay muertes, hay seppuku (el mal llamado harakiri) a tutiplén… Pero sobre todo el libro nos habla de las consecuencias anímicas de cada refriega, de la lealtad extrema de sus súbditos, quienes a menudo no comprendían los cambios de bando y las traiciones que estaban a la orden del día. El sentido del honor sobrevuela las distintas historias del libro, o más bien su búsqueda en un mundo caótico.

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En estas páginas hay aventuras emocionantes como el arriesgado viaje de un mensajero que, casualidad o no, recuerda al mito griego de Maratón. Sin embargo, son las historias más íntimas las que dejan huella: el sirviente que, obligado a renunciar a todo por un error, jura venganza pero por el camino descubre algo más valioso, o la misión desesperada de Katsuno en el relato que da título a la obra. Sus dilemas, sus temores, sus dudas resultan muy humanos e incluso actuales, podemos comprenderlos más allá del aura de mística y leyenda que envuelve a los samuráis. Quizás, al final del día, bajo la armadura y todos sus rituales, no fueran tan distintos de nosotros.

La venganza de Katsuno te gustará si… quieres descubrir cómo sentía y actuaba un samurái cualquiera en medio de las contiendas que pasaron a la Historia.

En la librería Haiku encontrarás este y otros libros sobre el bushidô.

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Hiro Arikawa – A cuerpo de gato

Los gatos son curiosos y este libro es, en cierto modo, un homenaje a esa curiosidad: curiosidad por los paisajes, por conocer otras personas (y animales), por ir en busca de nuevas cosas a las que poner nombre… No es extraño que el título original fuera Crónicas de un gato viajero (旅猫リポート), pues eso hace Nana a lo largo del libro: viajar en busca de un nuevo hogar, ahora que el dueño que lo recogió de la calle ya no podrá hacerse cargo de él.

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El narrador de la historia es el propio Nana: un gato no solo curioso, también sibarita, presumido, fanfarrón… y con buen ojo para comprender los sentimientos humanos. Esa empatía casi instintiva la conocen bien quienes aman a los gatos, desmintiendo el mito de los felinos como seres huraños. Ya Natsume Sôseki concibió todo un libro narrado por un gato, y de hecho esta novela arranca con la misma frase inicial: «Soy un gato y todavía no tengo nombre».

A cuerpo de gato es una lectura más ligera que la gran obra de Sôseki. Con un estilo fresco y poético, la autora nos habla del poder de los recuerdos: los que compartimos una vez con gente a la que ahora vemos poco y también los recuerdos nuevos que forjamos día a día. Al reunirse con viejos amigos del colegio y la universidad, Satoru, el dueño de Nana, hará las paces con su pasado. La autora sabe dosificar la información y jugar con las líneas temporales, reservándose varias sorpresas que emocionan al lector, especialmente en la segunda mitad de la historia. Y así lo que parecía una mera novela humorística acaba calando hondo.

Aunque Satoru no pueda conservarme a su lado, yo no habré perdido nada. Habré ganado el nombre de Nana y mis cinco años de vida junto a él. Si no hubiera conocido a Satoru, jamás lo habría conseguido. Seré más feliz habiendo encontrado a Satoru de lo que lo habría sido si no lo hubiera conocido.

El viaje de Satoru y Nana nos lleva a conocer a personajes entrañables, pero también recorreremos paisajes de todo Japón: desde el Pabellón del Templo Dorado de Kioto hasta las tierras nevadas de Hokkaido, pasando por remotas zonas rurales o el asombro del monte Fuji. Tal como Nana nos cuenta, por mucho que lo hayas visto en fotografías y dibujos, no comprendes su verdadero impacto hasta que lo tienes delante. Y eso es lo que ocurre con las mejores cosas de la vida, ¿verdad? Que hay que vivirlas para conocerlas de verdad. Con optimismo y generosidad, A cuerpo de gato nos recuerda justo eso.

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Hiro Arikawa saltó a la fama tras ganar el premio Dengeki que la editorial MediaWorks otorga a autores noveles. Desde entonces, ha publicado numerosas novelas, muchas de ellas históricas. Editado por Lumen, A cuerpo de gato es el primer libro suyo que se traduce al castellano, pero estamos convencidos de que pronto llegarán más, pues su estilo nos ha recordado al de otras escritoras populares como Hiromi Kawakami o Kazumi Yumoto.

A cuerpo de gato te gustará si… crees que la compañía de un animal puede ser terapéutica.

En la librería Haiku encontrarás este y otros libros protagonizados por gatos.

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Frances Little – La dama de la medalla imperial

Con la revolución Meiji de 1868, Japón se abrió al mundo después de casi 3 siglos aislado y empezó un proceso de modernización a marchas forzadas. Los primeros occidentales en visitar Japón quedaron fascinados por una cultura tan diferente de la que apenas sabían nada. Conocíamos ya los libros de viajes de Lafcadio Hearn, Rudyard Kipling y otros autores, lecturas que siguen cautivando porque si entonces acercaban a los lectores a un país desconocido, ahora nos trasladan a un Japón desaparecido. Pero nos faltaba un punto de vista femenino: ¿cómo se sentiría una mujer de Estados Unidos en la sociedad japonesa de 1901?

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Esta novela epistolar nos describe el Japón de entonces visto a través de los ojos de una misionera que acaba de desembarcar en Hiroshima. Lo de novela lo digo ahora: mientras leía el libro, estaba convencido de que las cartas eran reales. Inspirada por sus viajes al archipiélago japonés, la autora imprime pasión en la descripción de paisajes, gentes y costumbres. Memorables son especialmente las visitas a Kioto y a la isla de Miyajima, con unas impresiones no tan diferentes de las que se llevaría el viajero actual. Pero Frances Little habla de un Japón rural y pobre, aunque también trabajador, que se esfuerza por renovarse para ser visto con mejores ojos por un Occidente al que admiran aunque no sepan muy bien por qué.

Lo más interesante del libro, sin embargo, no es tanto ese país exótico que describen sus páginas como la transformación de la protagonista. Una mujer moderna pero cerrada que llega con actitud condescendiente y poco a poco queda prendada por el país que la acoge. Además, se derrumban muchas de sus creencias a medida que toma contacto con la realidad, en especial cuando estalla el conflicto ruso-japonés. Es un personaje entrañable y carismático y no es de extrañar que, a raíz del éxito de esta novela, la autora le dedicase dos obras más.

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Esta es la primera obra traducida al castellano de Frances Little, pseudónimo de Fannie Caldwell. Nos llega de la mano de Taketombo Books, editorial que apuesta por dar a conocer obras poco conocidas del japonismo, como por ejemplo Cuentos de amor del antiguo Japón de Yei Theodora Ozaki.

La dama de la medalla imperial te gustará si… te hubiera gustado viajar a Japón 100 años atrás.

En la librería Haiku encontrarás este y otros títulos de Taketombo Books.

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Mano de mujer (女手): El origen femenino de la escritura en hiragana

El primer reto de cualquier estudiante de japonés es memorizar las 46 letras del silabario hiragana. En el siglo X, las damas de la corte Heian aprendían a escribir con el mismo sistema. Aunque las cortesanas tenían acceso a la misma educación que los hombres, para ellas estaban vetados los kanji, ideogramas de origen chino que Japón adaptó a su lengua, conservando el significado pero transformando la lectura. Se consideraba que los kanji eran demasiado complicados para las mujeres. Para ellas se creó un sistema simplificado, con caracteres que expresaban sonidos en vez de significado. Los hiraganas partían de una simplificación de los kanjis, con unos trazos más estilizados.

MurasakiShikibuMurasaki Shikibu escribiendo su Genji Monogatari.

No está claro quién inventó este silabario, pero a partir de ese momento, las mujeres cultivadas de Heian escribían todas sus anotaciones, diarios, cartas y documentos en hiragana. Este sistema de escritura se conocía entonces como 女手 (onnade, mano de mujer), en oposición a los kanji u 男手 (otokode, mano de hombre). Aunque en teoría ellos no podían usar el hiragana por considerarse poco refinado, la primera obra en este alfabeto fue el Diario de Tosa, escrita por un hombre, Ki no Tsurayuki, que la publicó, eso sí, de forma anónima y haciéndose pasar por una mujer que se lamenta de la muerte de su hija.

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Pronto llegaron dos grandes obras de la literatura, estas ya escritas por mujeres: Genji Monogatari (La historia de Genji) de Murasaki Shikibu y Makura no sôshi (El libro de la almohada) de Sei Shônagon. El Genji se considera la primera novela moderna y narra las aventuras amorosas del príncipe que da título al libro. Por su parte, El libro de la almohada es una especie de diario privado de la autora, donde recoge sus impresiones y reflexiones sobre el mundo que la rodea. Ambas obras, redactadas con silabario hiragana, siguen sorprendiéndonos 1.000 años después por su frescura y son la mejor fuente para conocer de primera mano la vida y las costumbres de la nobleza de Heian (la antigua Kioto, en aquel entonces la capital imperial). Otras obras similares que se conservan son El diario de la dama Izumi (de Izumi Shikibu) y Sueños y ensoñaciones de una dama Heian (de la dama de Sarashina). Este género literario que mezcla todo tipo de apuntes personales sin conexión aparente se llama zuihitsu (随筆, fluir del pincel) y todavía se practica hoy en día.

hiragana2Evolución: kanji (izquierda), hiragana clásico (centro) y hiragana actual (derecha).

Uno de los pasatiempos favoritos de cortesanos y cortesanas de aquella época era el juego del amor: en sus cortejos intercambiaban cartas encendidas, con apasionados poemas donde describían sus sentimientos, que desembocaban en un encuentro amoroso tras el cual llegaban más cartas. Era muy importante, por ejemplo, la «carta de la mañana siguiente», que ellas esperaban con devoción en su alcoba. Pero, ¿cómo se comunicaban hombres y mujeres si supuestamente utilizaban sistemas de escritura distintos? En realidad, los hombres también conocían la «mano de mujer» o hiragana, al cual recurrían para estas cartas de amor. También muchos poemas waka que se conservan de aquellos años están escritos en este alfabeto. Gracias al agitado mundo amoroso en la corte Heian y a la necesidad de comunicarse, el silabario hiragana se popularizó.

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Por su parte, algunas mujeres presumían de conocer algunos kanji. Es el caso de Sei Shônagon, que entre las sílabas hiragana insertaba ideogramas para demostrar su educación superior. Así se ganó las críticas de Murasaki Shikibu y de otras cortesanas, que la tildaban de marisabidilla. Con los años, la escritura japonesa, como ocurría en los textos de Sei Shônagon, fusionó los kanji con hiragana, incluyendo también katakana, otro silabario parecido que usaban los hombres en su aprendizaje de los complicados ideogramas. Estos tres sistemas de escritura perduran hasta nuestros días, siendo el hiragana el más asequible y el que actualmente nos ayuda a leer los primeros kanji cuando estudiamos japonés, gracias a la transcripción de su sonido en sílabas hiragana.

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Como nota curiosa, existe un tipo de poesía llamada iroha uta (いろは歌) que consiste en ordenar todas las sílabas hiragana sin repetirlas, de manera que formen un poema con sentido. El primer poema de este estilo, y también el más conocido, data del año 1079, atribuido al monje Kûkai: «いろはにほへと/ちりぬるを/わかよたれそつねならむ/うゐのおくやま/けふこえて/あさきゆめみし/ゑひもせすん». (Traducción aproximada: «Incluso las flores que florecen / tarde o temprano se disiparán / ¿Quién en nuestro mundo / no está cambiando? / Las montañas profundas de la vanidad / nosotros las cruzamos hoy / y no veremos sueños superficiales / ni seremos engañados.) Se suele utilizar para la memorización de los hiragana y sus tres primeras sílabas (いろは, iroha) equivalen a nuestro ABC.

sei-shonagonRetrato de Sei Shônagon.

Antiguamente llegaron a existir cientos de caracteres hiragana distintos porque, para demostrar su cultura, algunas personas competían por inventar otros kanas nuevos a partir de kanjis. Sin embargo, para facilitar el estudio del japonés y sobre todo adaptarse a los sistemas de impresión modernos, en el año 1900 el gobierno japonés estandarizó los 50 hiraganas básicos, uno para cada sílaba, de los que hoy en día se utilizan 46. Con ello, también se perdió por el camino la escritura enlazada de los textos clásicos, pasando a escribirse cada sílaba de forma independiente y reconocible. Algunos estudiantes de caligrafía japonesa todavía practican el estilo de escritura de la aristocracia Heian, conocido como Kana-shodô.

hiragana-400yCaligrafía de Fujiwara no Teika (1162-1241)

Con la llegada de las nuevas tecnologías, muchos vaticinaron que los alfabetos japoneses quedarían obsoletos, pero ha ocurrido lo contrario: el diccionario predictivo de ordenadores y móviles consigue adivinar los kanji que quiere escribir el usuario a partir de la sencilla introducción de hiragana. Es el legado de aquellas mujeres del siglo X que, vetadas del aprendizaje de la lengua considerada culta, idearon una escritura a su medida con la que construyeron un universo literario propio. Y así pasaron a la Historia de la Literatura con obras inmortales escritas con «mano de mujer».

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Hina Matsuri (雛祭) / Día de las Niñas

En Japón, cada 3 de marzo se celebra el Hina Matsuri, Festival de las Niñas. Durante esa semana, se exhiben por todo el país muñecas de madera vestidas con kimonos tradicionales, llamadas Ningyô (人形). Representan personajes de la corte Heian: el Emperador y la Emperatriz, cortesanos y cortesanas, consejeros, músicos… De hecho, en el Japón de la era Heian (siglos VIII a XII) se jugaba ya con estas muñecas y aparecen descritas en escenas de libros de aquella época como La historia de Genji de Murasaki Shikibu o El libro de la almohada de Sei Shônagon.

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Tanto niñas como mujeres de la corte no solo las coleccionaban, también las tallaban ellas mismas y jugaban con ellas todo el año, vinculadas a otros días importantes como Año Nuevo o el festival Tanabata. A partir del periodo Muromachi (siglos XIV a XVI), empezaron a fabricarlas los artesanos de estatuas budistas y máscaras noh, ganando las muñecas en sofisticación y detalle. Con los años, las expresiones faciales fueron más realistas y se adoptó la costumbre de representar las figuras siempre sentadas.

En concreto, la tradición del Hina Matsuri se originó en China hace 3.000 años para combatir el primer día de la serpiente de marzo, considerado un día «desafortunado» o «poco propicio». Al entrar en contacto con la cultura China, los japoneses adaptaron las tradiciones vecinas a su manera. Se cubrían el cuerpo con figuras de papel de forma humana para traspasarles las malas energías y purificarse. Después las lanzaban al río. La tradición evolucionó hasta crear las muñecas del Hina Matsuri: se creía que estas muñecas podían proteger a su propietario de los malos espíritus y al terminar el festival, las muñecas se colocaban en pequeños barcos de madera para que la corriente se las llevara. El ritual original sigue practicándose en las prefecturas de Tottori y Wakayama.

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La tradición siguió evolucionando a lo largo de los siglos, vinculándose también a celebrar el primer año de vida de las niñas, regalándoles una muñeca como símbolo de buen augurio. Pero hoy en día, más que amuletos las hina ningyô son objeto de coleccionista y se heredan de generación en generación. Desde la época Edo, los japoneses las exhiben en altares con varios escalones, distribuyéndolas según la jerarquía: desde el Emperador hasta los súbditos. Como adornos, utilizan hojas de melocotonero, así como biombos y recreaciones en miniatura de muebles de la época. La posición de las figuras se llama hinadan y sigue unas reglas rígidas que conviene conocer si queréis recrearlo…

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Durante la celebración del Hina Matsuri, el dulce tradicional es el hina-arare, «palomitas» de arroz de colores variados que dieron nombre a uno de los personajes más queridos del manga: la robot Arale de Dr. Slump. También suelen comerse otros platos como hanami-dango (pinchos con 3 pequeños pastelillos de arroz que protegen de las enfermedades) y chirashizushi, bol de arroz de sushi con el resto de ingredientes servidos encima. Y por supuesto, las pastelerías modernas han creado todo tipo de dulces y pasteles para este día. ¿Será casualidad que Nintendo haya elegido el 3 de marzo para el lanzamiento de su nueva consola Switch? Quizás dentro de cientos de años, se hable de cómo los japoneses acostumbraban a jugar con figuras en una pantalla.

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Osamu Dazai – La felicidad de la familia

Confieso que me sorprendió un título así. La felicidad de la familia, viniendo de un escritor maldito y a veces nihilista, alguien que escribió sobre lo más negro de la personalidad y en muchos escritos confesó cómo decepcionó a sus familiares… era como mínimo extraño. Por supuesto, se trata de un título irónico: eso lo entendí después, al terminar el primer relato de la selección que acaba de publicar Candaya. El cuento que da título al libro se cierra con esta frase demoledora: «Y he llegado, finalmente, a una terrible conclusión: la felicidad de la familia es el origen de todo mal». Eso sí es Dazai en estado puro.

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Los ochos relatos, seis de ellos inéditos en castellano hasta ahora, son todos demoledoramente tristes. Escritos a lo largo de sus últimos años de vida antes de suicidarse, la desesperanza que sentía el escritor es patente en cada frase. Solos hay chispazos de luz aquí y allá, pero se apagan enseguida. Pero como siempre en Dazai, la prosa no es seca o sucia, sino todo lo contrario: poética, bellísima. Un contraste que en sus manos siempre funciona.

Además de «enfant terrible», a Osamu Dazai se lo considera a menudo misógino. Pero curiosamente, los mejores relatos de esta antología están protagonizados por mujeres. Ellas son las heroínas de ambas historias, enfrentadas a un mundo de hombres que se aprovechan de ellas. En La estudiante, el más extenso, seguimos a una muchacha a lo largo de un día cualquiera: sus pensamientos y pequeñas ilusiones, las decepciones que siente, cada gesto, todo está relatado con un gusto exquisito y demuestra un entendimiento total del personaje.

Por otra parte, en La mujer de Villon cuenta las miserias de su vida en familia, pero contadas desde la perspectiva de la esposa que sufre a causa de un marido alcohólico, mujeriego y ahogado por las deudas. Este escritor no tiene piedad con nada, pero menos consigo mismo; es su talento: lejos de autolamentarse, se examina objetivamente. Simplemente no sabe ser de otra manera, por más que lo desee. Sobrelleva su carga con ironía y humor, cualidades también presentes en estas ocho historias.

A lo mejor hay una recompensa para los mediocres. Llevar una vida diaria normal y trabajar duro, es probablemente la mejor existencia espiritual.

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Osamu Dazai escribió dos novelas (ambas traducidas al castellano: El ocaso, ed. Txalaparta, e Indigno de ser humano, ed. Sajalín) y más de 200 relatos. De estos, hemos recibido diversas antologías publicadas por Candaya, Impedimenta, Quaterni, Sajalín y Satori. Un autor impactante, necesario para comprender la convulsa psique japonesa a medidados del siglo XX, antes y después de la derrota en la II Guerra Mundial. Hoy en día sigue siendo un icono para muchos jóvenes japoneses desencantados y cada 19 de junio (su cumpleaños) le rinden homenaje en la tumba donde descansa.

La felicidad de la familia te gustará si… crees que la dureza de la vida no está reñida con la poesía y el humor.

En la librería Haiku encontrarás todos los libros de Osamu Dazai traducidos al castellano.

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Kazumi Yumoto – La casa del álamo

«Una autora que escribe sobre la muerte para defender la alegría de vivir», dice la contraportada. Y sí, es cierto. Una vez más, Kazumi Yumoto habla de la muerte, sin esconder su tristeza, pero usándola como mecanismo para que su protagonista despierte. Chiaki es una joven que acaba de dejar el trabajo, en plena depresión, y entonces recibe una llamada de su madre: la casera del edificio en el que vivieron años atrás acaba de fallecer. Así arranca una novela melancólica, como es habitual en esta escritora, sencilla y sin grandes revelaciones, pero sí muy emocionante y con más contenido del que parece en la superficie.

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El libro se aleja del tono juvenil de Los amigos y en cambio se acerca a la frescura y la sensibilidad de Viaje a la costa. Como ya ocurría en esta última, La casa del álamo roza el realismo mágico en ciertos momentos. Como si Kazumi Yumoto quisiera que recordásemos la magia de cada día. A la autora le gusta bucear en los sentimientos que cobran vida, esas emociones que nos invaden sin saber por qué. Se vale de bellas imágenes, en esta ocasión describiendo los cambios del jardín del edificio de apartamentos donde vive la niña Chiaki con su madre, con un imponente álamo dominando el paisaje.

El álamo no es ni el pasado ni el futuro, tampoco un sueño ni un espejismo. Es tan real que, por instante, se me queda la mente en blanco. El álamo nunca se inmuta por no tener un lugar adonde ir. Se limita a estar ahí. Y yo también estoy aquí.

A través de pequeñas escenas costumbristas, conocemos la infancia de Chiaki y el impacto que tuvo en ella conocer a la casera. Son pedazos del día a día japonés: preparar sopa miso, el capricho de unos mochi, las celebraciones de Año Nuevo, las risas de la pared de al lado mientras el vecino escucha monólogos de rakugo… Como tantas veces en la literatura y el cine que nos llega Japón, mientras parece que no pasa nada, está pasando todo. Solo hay que estar atentos. Escena a escena, la aurora te encariña con los personajes, sus preocupaciones te van calando y así pasas de la antipatía a la comprensión.

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Este el tercer libro de Kazumi Yumoto traducido al castellano por Nocturna Ediciones. Una de las autoras más leídas actualmente en Japón, ganó diversos premios ya con su debut Los amigos. La adaptación al cine de Viaje a la costa recibió el premio Un Certain Regard en el Festival de Cannes de 2015, pero aquí seguimos esperando su estreno. Por suerte, hasta entonces podemos leer a la autora.

La casa del álamo te gustará si… crees que algunos libros pueden servir como pequeñas botellas de oxígeno.

En la librería Haiku encontrarás los anteriores libros de Kazumi Yumoto. Los leímos en nuestro club de lectura con buena acogida.

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La gran ola de Hokusai: ¿por qué nos impacta tanto esta imagen?

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Es la pregunta que más nos repiten los clientes de la tienda: ¿qué significa esta ola? La gente se sorprende al verla en tantas láminas, pósters, portadas de libros, marcapáginas, telas… Este grabado de Hokusai se ha convertido en el símbolo por excelencia del arte japonés.

Los ukiyo-e eran reproducciones hechas con planchas de madera que se vendían a precios bajos, así que en la época Edo (siglos XVII a XIX) no se consideraban arte sino un tipo de coleccionismo popular. Ganaron reconocimiento mundial cuando en la década de 1860 llegaron las primeras copias a Europa, llamando la atención de Vincent Van Gogh, Claude Monet y otros impresionistas. Y enseguida La gran ola de Kanagawa, del artista Katsushika Hokusai, se hizo famosa.

Pintada hacia 1829 como parte de su serie 36 vistas del monte Fuji, en su momento solo fue una imagen más. De hecho Hokusai tiene otros grabados de temática y títulos parecidos, como el que veis abajo, Gran ola de la serie 100 vistas del monte Fuji: parece representar el mismo fenómeno, pero con una disposición diferente y con una bandada de pájaros fundiéndose con la espuma marina.

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Pero en el caso de La gran ola de Kanagawa, la imagen resulta a todas luces más poderosa. Empezando por el agradable uso de colores azules y crema, continuando por la composición asimétrica que parece arrastrarnos hacia la ola (sobre todo para un japonés, que contempla la imagen de derecha izquierda)… así como por detalles que pueden pasarnos por alto. ¿Os habéis fijado en que la parte baja de la ola parece dibujar una segunda cúspide del monte Fuji? Esa semejanza la refuerza el hecho de que el mar y la montaña están pintados con los mismos colores. Y fijaos cómo la espuma cae sobre el Fuji como si fuera copos de nieve…

Se sabe que Hokusai estudió pintura europea, especialmente artistas holandeses (Holanda era el único país que podía comercian con Japón en aquel entonces). También es significativo el azul prusia que elegió para esta obra, muy popular en Europa. Lo que no sabemos es si Hokusai aprendió geometría y matemáticas occidentales: sea por esto, por estudios paralelos o por puro instinto, su imagen más famosa encaja en la famosa proporción áurea que siguen muchas de las obras más importantes de la Humanidad, desde el Partenón hasta el Taj Mahal. La ola, cuyas crestas de espuma imitan garras, parece seguir incluso la espiral de Fibonacci, haciendo uso de fractales.

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Imagen extraída del blog As Rakestraw.

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Imagen extraída del blog Intmath.

Por cierto, en contra de lo que solemos pensar, la imagen no representa un tsunami, sino el fenómeno de ola gigante (rogue wave en inglés), cuando diversas olas se juntan en una única, más alta y devastadora. Algunos estudiosos, comparándola con las barcas que aparecen, han determinado su altura real entre 10 y 12 metros. El mar frente a Kanagawa y la cercana bahía de Tokio son lugares golpeados de vez en cuando por olas gigantes. Podéis encontrar este y otros datos curiosos en el blog Mental Floss.

Para representar el fenómeno, Hokusai eligió una perspectiva dramática, poco usada entonces, donde la ola es más alta que el propio Fuji. Esta montaña es un símbolo nacional japonés, un lugar sagrado que para Hokusai y muchos japoneses simboliza lo eterno e inmortal… Al reducirlo a un pequeño punto de la imagen, incluso el Fuji se ve diminuto frente a la fuerza de los elementos. Quizás eso explique también la fuerza de la imagen: ni siquiera las montañas pueden hacer nada frente a ciertos hechos. Y eso nos reconforta porque sentirse insignificante forma parte de la grandeza del mundo.

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