El primer reto de cualquier estudiante de japonés es memorizar las 46 letras del silabario hiragana. En el siglo X, las damas de la corte Heian aprendían a escribir con el mismo sistema. Aunque las cortesanas tenían acceso a la misma educación que los hombres, para ellas estaban vetados los kanji, ideogramas de origen chino que Japón adaptó a su lengua, conservando el significado pero transformando la lectura. Se consideraba que los kanji eran demasiado complicados para las mujeres. Para ellas se creó un sistema simplificado, con caracteres que expresaban sonidos en vez de significado. Los hiraganas partían de una simplificación de los kanjis, con unos trazos más estilizados.
Murasaki Shikibu escribiendo su Genji Monogatari.
No está claro quién inventó este silabario, pero a partir de ese momento, las mujeres cultivadas de Heian escribían todas sus anotaciones, diarios, cartas y documentos en hiragana. Este sistema de escritura se conocía entonces como 女手 (onnade, mano de mujer), en oposición a los kanji u 男手 (otokode, mano de hombre). Aunque en teoría ellos no podían usar el hiragana por considerarse poco refinado, la primera obra en este alfabeto fue el Diario de Tosa, escrita por un hombre, Ki no Tsurayuki, que la publicó, eso sí, de forma anónima y haciéndose pasar por una mujer que se lamenta de la muerte de su hija.
Pronto llegaron dos grandes obras de la literatura, estas ya escritas por mujeres: Genji Monogatari (La historia de Genji) de Murasaki Shikibu y Makura no sôshi (El libro de la almohada) de Sei Shônagon. El Genji se considera la primera novela moderna y narra las aventuras amorosas del príncipe que da título al libro. Por su parte, El libro de la almohada es una especie de diario privado de la autora, donde recoge sus impresiones y reflexiones sobre el mundo que la rodea. Ambas obras, redactadas con silabario hiragana, siguen sorprendiéndonos 1.000 años después por su frescura y son la mejor fuente para conocer de primera mano la vida y las costumbres de la nobleza de Heian (la antigua Kioto, en aquel entonces la capital imperial). Otras obras similares que se conservan son El diario de la dama Izumi (de Izumi Shikibu) y Sueños y ensoñaciones de una dama Heian (de la dama de Sarashina). Este género literario que mezcla todo tipo de apuntes personales sin conexión aparente se llama zuihitsu (随筆, fluir del pincel) y todavía se practica hoy en día.
Evolución: kanji (izquierda), hiragana clásico (centro) y hiragana actual (derecha).
Uno de los pasatiempos favoritos de cortesanos y cortesanas de aquella época era el juego del amor: en sus cortejos intercambiaban cartas encendidas, con apasionados poemas donde describían sus sentimientos, que desembocaban en un encuentro amoroso tras el cual llegaban más cartas. Era muy importante, por ejemplo, la «carta de la mañana siguiente», que ellas esperaban con devoción en su alcoba. Pero, ¿cómo se comunicaban hombres y mujeres si supuestamente utilizaban sistemas de escritura distintos? En realidad, los hombres también conocían la «mano de mujer» o hiragana, al cual recurrían para estas cartas de amor. También muchos poemas waka que se conservan de aquellos años están escritos en este alfabeto. Gracias al agitado mundo amoroso en la corte Heian y a la necesidad de comunicarse, el silabario hiragana se popularizó.
Por su parte, algunas mujeres presumían de conocer algunos kanji. Es el caso de Sei Shônagon, que entre las sílabas hiragana insertaba ideogramas para demostrar su educación superior. Así se ganó las críticas de Murasaki Shikibu y de otras cortesanas, que la tildaban de marisabidilla. Con los años, la escritura japonesa, como ocurría en los textos de Sei Shônagon, fusionó los kanji con hiragana, incluyendo también katakana, otro silabario parecido que usaban los hombres en su aprendizaje de los complicados ideogramas. Estos tres sistemas de escritura perduran hasta nuestros días, siendo el hiragana el más asequible y el que actualmente nos ayuda a leer los primeros kanji cuando estudiamos japonés, gracias a la transcripción de su sonido en sílabas hiragana.
Como nota curiosa, existe un tipo de poesía llamada iroha uta (いろは歌) que consiste en ordenar todas las sílabas hiragana sin repetirlas, de manera que formen un poema con sentido. El primer poema de este estilo, y también el más conocido, data del año 1079, atribuido al monje Kûkai: «いろはにほへと/ちりぬるを/わかよたれそつねならむ/うゐのおくやま/けふこえて/あさきゆめみし/ゑひもせすん». (Traducción aproximada: «Incluso las flores que florecen / tarde o temprano se disiparán / ¿Quién en nuestro mundo / no está cambiando? / Las montañas profundas de la vanidad / nosotros las cruzamos hoy / y no veremos sueños superficiales / ni seremos engañados.) Se suele utilizar para la memorización de los hiragana y sus tres primeras sílabas (いろは, iroha) equivalen a nuestro ABC.
Retrato de Sei Shônagon.
Antiguamente llegaron a existir cientos de caracteres hiragana distintos porque, para demostrar su cultura, algunas personas competían por inventar otros kanas nuevos a partir de kanjis. Sin embargo, para facilitar el estudio del japonés y sobre todo adaptarse a los sistemas de impresión modernos, en el año 1900 el gobierno japonés estandarizó los 50 hiraganas básicos, uno para cada sílaba, de los que hoy en día se utilizan 46. Con ello, también se perdió por el camino la escritura enlazada de los textos clásicos, pasando a escribirse cada sílaba de forma independiente y reconocible. Algunos estudiantes de caligrafía japonesa todavía practican el estilo de escritura de la aristocracia Heian, conocido como Kana-shodô.
Caligrafía de Fujiwara no Teika (1162-1241)
Con la llegada de las nuevas tecnologías, muchos vaticinaron que los alfabetos japoneses quedarían obsoletos, pero ha ocurrido lo contrario: el diccionario predictivo de ordenadores y móviles consigue adivinar los kanji que quiere escribir el usuario a partir de la sencilla introducción de hiragana. Es el legado de aquellas mujeres del siglo X que, vetadas del aprendizaje de la lengua considerada culta, idearon una escritura a su medida con la que construyeron un universo literario propio. Y así pasaron a la Historia de la Literatura con obras inmortales escritas con «mano de mujer».